martes, 19 de abril de 2011

Amigo

Está bien, admito que fui un egoísta al abandonarte en medio de la calle; pero es que estaba cansado de que me orinaras la alfombra, cuando bien te dije infinitas veces que dejaras de hacerlo. Te empecinabas en morderme los zapatos y ladrar y ladrar hasta largas horas de la madrugada, nomás por el gusto de interrumpir mi descanso. Incluso he llegado a no comer, sacrificando mi plato de fideos, cansado de que me ladraras desde abajo de la mesa. Porque después de todo, sólo te quedabas en casa para que te diera mis servicios. Bien que te gustaba ir a pedirle mimos a los vecinos, esos que te reciben con ternura para sentirse solidarios.

Me tenías harto, llegué a la conclusión de que no me servías para nada, y es por eso que aquél domingo no tuve más opciones que la de llevarte en el auto y abandonarte en plena calle; así, vos seguirías con tu vida de perro, y yo seguiría con mi propia vida, realizando mis quehaceres cotidianos sin tener que lidiar con tus molestias.

Desde aquel momento me sentí en paz, creí que ya nunca te vería; me había olvidado de que el mundo es un pañuelo, y que te había dejado en la calle Reyles, la cual no queda muy lejos de mi casa y, por lo tanto, podría encontrarte fácilmente en las puertas de algún kiosco o en la iglesia, si las vueltas del destino lo permitían.

Justamente, anteayer anduve por esa calle, y te encontré, o creí haberte encontrado. Estabas hurgando en las bolsas de basura, con tu pelaje áspero y sucio. No terminaba de reconocerte, por eso me acerqué para verte mejor. Me miraste con ojos tristemente furiosos, y me mordiste la mano, sin que yo te haya hecho ningún daño. Te pegué varias patadas para que me soltaras, y cuando empezaste a correr, te arrojé piedrazos a lo lejos, maldiciéndote de mil maneras, agitando el puño manchado de sangre.

Poco tiempo después mis heridas se sanaron, y es recién ahora que comprendo que este silencio no me trae ninguna paz; es un silencio triste, desgarrado, como el inesperado corte de luz en medio de una canción agradable.
Por momentos, pareciera que nunca te fuiste. En las almohadas todavía quedan algunos de tus pelos blancos, como pequeños recuerdos que se niegan a olvidarse. Cada vez que entro o salgo de la casa, me es inevitable ver las sombras de tu cucha.
¡Ja! ¡Tu cucha, digo! ¡Como si todavía te perteneciera! ¡Como si algún día pensaras en volver!...
Pero sé que no volverás, y está bien que así sea. Sé que merezco estar solo, por haberte tratado como un perro, cuando eras algo más: mi mejor amigo.

4 comentarios:

  1. Ezequiel qué relato más tierno. Yo tego dos perros y sé lo que dices. Pero creo que hay truco detrás de este relato. Nos querías decir algo con este texto. Esconde alguna metáfora sobre el aislamiento y el egoismo de los seres humanos.
    Saludos Maribel.

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  2. Si él lo aclara, querida Maribel, mataría con su explicación la esencia del texto. Hola Ezequiel, tienes ahí un buen texto. ¡Felicidades! Nos motiva a conocer y a conocernos por dentro. Creo que todo texto ya poesía o narrativa habla al lector de forma subliminal, ya sea malo o bueno.

    Mil saludos para ambos!!!!

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  3. En este preciso momento tengo 5 perros: 3 pastores alemanes y dos chihuahuas; y, aunque quiero mucho a los pastores, a esas chihuahuitas las quiero como a la niña de mis ojos.

    Al inicio del relato me ha dado un coraje -entendiéndote al mismo tiempo, qué paradoja- pero al final te has enmendado con el lector y con el protagonista de la historia.

    Es cosa curiosa que también tenía yo un perrito de dos patas que se fue y no volvió.

    Felicidades por el relato. ¡Besos!

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  4. Me gustó muchísimo! fue un placer haberlo leído, besos!

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